El 2011

Me volví a ir.

Ahora a la ciudad más caótica, contaminada, saturada y hermosa que he visto. Doce meses de dulce romance con la Ciudad de México.

Tuve cerca a esos amigos que solían estar intangiblemente.

La Roma, Coyoacán, Centro Histórico, Polanco, la Condesa, la Nápoles. Antes, me comía el mundo a ciudades; el D.F. me enseñó a hacerlo a barrios.

Me desprendí de Barcelona aunque la sigo teniendo muy adentro.

Cumplí mi objetivo al regresar de España: el equilibrio entre estar conmigo y con los míos.

Entré a trabajar a la agencia de publicidad mexicana mejor cotizada. Eso qué, pero pues, qué.

Otra vez me fui.

Guadalajara.

Después de cuatro años, miles de kilómetros recorridos, decenas de bocas e infinidad de singanas, me enamoré. Con tanta fuerza que no sé cómo la contengo en mis pequeñas manos. Fluyo, me tropiezo, me lleno de dudas, entro en pánico, vuelvo a la paz. Dopamina, gracias por reactivarte. Tú, gracias por volverte incierta certeza.

Año redondo pero,

¿cuándo nos vamos a quedar?

Y si.

Y si rompiéramos las distancias.
Y si despertara con las ganas satisfechas de tu respiración en mi oído izquierdo.
Y si durante la madrugada me penetraras con fuerza y sin avisar.
Y si te quedaras adherido a mi garganta en un gemido, hecho espuma.
Y si llenara tu rincones de mis huecos.
Y si los eresmía se transformaran en somosnuestros.
Y si los tequiero fueran sin decir.

Y si te dejaras ir.

Un 26 de Septiembre

Una medianoche de un sábado del recién estrenado otoño del 2010 me descubrieron algo.

Eran seis. Todos jóvenes, unos apenas pasaban los diecisiete años; otros, no llegaban a los treinta. A los más pequeños los recuerdo con ojos asustados, nerviosos, hasta con cierto aire inocente. Los mayores, cínicos y líderes. Organizaban y calculaban movimientos.

Entraron hasta los rincones donde nadie fuera de nuestro círculo había entrado.

Tocaron. Revolvieron. Despedazaron. Usaron. Arrojaron. Empacaron. Se llevaron.

A punta de pistola con un tamaño redimensionado en mi memoria, se metieron hasta las entrañas de mi tranquilidad. La rompieron.

Mi madre rezaba en silencio. Mi padre negociaba desesperado. Yo sólo pensaba en una cosa.

Unos iban, subían, bajaban, gritaban, se reían. Otros nos vigilaban gatillo en dedo. Mi madre seguía rezando no sé qué. Mi padre, en otra habitación, se defendía y preguntaba por nosotras. Podía imaginar sus negros ojos desorbitados y suplicantes.

Y seguía pensando en una sola cosa.

Quisieron llevarnos a no sé dónde y los reté. Les grité. Los miré a los ojos. No les tuve un ápice de miedo. Yo, que me asusto con la oscuridad, les peleé. Los despreciaba. Los odiaba. Nunca había odiado a nadie.

De repente, me escucharon y se fueron.

Y dejé de gritar en silencio «no nos maten. Si mi hermano llega y nos encuentra así, se va a morir. No quiero que mi hermano se muera de pena».

Y caí en la cuenta del valor de mi vida y desde entonces la defiendo con la rabia que parece no caber en este menudo cuerpo. Porque al defenderla, defiendo a los que quiero.

Esos bastardos lo descubrieron. Sólo por eso, valió la pena esa eterna medianoche.

Así de mucho

Me hacen sonreír cosas tan grandes que no sé cómo logro acomodarlas en esta boca.

Como el tono rojizo de tus pestañas al reflejo del sol mientras duermes.

 

Nudo.

La calidez de tus manos. Tu piel erizada. Gemir contigo dentro. La rutina efímera. Mi olor en tu cama. Tu sabor en mi garganta. Verte dormir. Recién conocerte de siempre. Tu (im)paciencia ante mis dudas. Mis dudas. Tus tajantes respuestas. Desesperarme. Desesperarte. La rabia. La ternura. El dolor que no duele. -El dorso de tus pies en la planta de los míos- Sentirte mío sin tenerte. No pertenecerte pero ser tuya. La sombra de la guitarra en tu cara. La cotidianidad. La música. Las páginas. Mis huecos. Tus rincones. Tus dedos sujetando mi pelo. El jabón en tu espalda. Mis zapatos. Tu saliva. Tus besos en mis rodillas. Yo de rodillas. El no necesitarte pero urgirme. Tu voz bajita. Mi vulnerabilidad. Lo incierto. El confiarte. La naturalidad de sernos.

Despedirnos. Sonreír. Un beso. Hasta pronto. Pasos. Distancia. Tu adiós. Las lágrimas que no viste.

Y tanto… y atarlo fuerte para no irme de boca.

Metas oníricas

El otro día me preguntaron cuáles eran mis sueños y me deprimí (un poco, tampoco es para tanto) al no saber responder la pregunta.

Dándole vueltas, recapitulando los que he cumplido, dibujando en mi mente mis prioridades y hablándolo con mi Dionisio plástico, me reí y caí en la cuenta que no son necesarios.

Sueño todos los días y de diferente forma. Logro sueños que ni recuerdo haber soñado. Sueño tonterías que sé jamás voy a cumplir. Los sueños son vapor. Humo. Nada.

Lo que sí existe es lo que doy, lo que recibo, lo que gozo, sufro, ignoro, tengo, hago, deshago, digo, escucho, mantengo.

He recibido, gozado, sufrido, dicho, hecho (to so cho) innumerables y grandiosas, en mi escala, cosas.

Las que faltan son menos. Son un boceto de futuro que quien sabe si llegue.

Y el presente, lo sueño despierta.

Radiante

La ciudad. El caos. La gente. El espacio íntimo. Dar órdenes. Pendejear con dulces. Las reuniones bobas. Las risas. La competencia de temperamentos. Experimentos sexuales. Revivir perversiones. Carcajadas. Noches olvidadas por el etanol. Sonreir. Tranquilidad. Placeres sencillos.

Y todo eso, me da razones para sentirme radiante.

Hasta que el espejo me dice que no me engañe. El brillo es artificial.

Por lo pronto, lo disfruto.

Moscas en la casa.

Ya no quiero soñarte. Por favor, no vengas a vigilarme mientras duermo. Te quedas en mis ojos todo el día y eso sólo hace que me sienta menos viva y más de tu lado. Y todo más lleno de ti y más vacío de todo.
Por favor, deja que deje de extrañarte.

Deja que deje de dolerme.

Déjalo ya.

Fullfill the blanks.

Readaptación a la puta rutina y a la gente ordinaria. Aprehensiones inevitables, angustias incontrolables y disfraces de sonrisas. Banal.

La apatía me abraza, ya no me importa que el país se caiga a pedazos. El cinismo ante lo inevitable.

El bonito, sinuoso y frágil frasco se rellena de momentos desechables y cada alba, vuelve a vaciarse.

 

 

 

 

Paréntesis

Suelo escribir, más que mis propósitos que nunca cumplo, los aprendizajes que el año viejo me ha dejado cada 31 de diciembre.  Prefiero no olvidar lo que me ha hecho crecer que los objetivos a los que dudosamente me esforzaré en alcanzar.

El 2010 ha sido el año de afianzarme como persona, hija, hermana y amiga. De grandes retos de los que creo, salí bien librada.

Aprendí que:

– Volver no significa ir para atrás. Sino reinventarse y ver el horizonte con ojos renovados. Duele, sobre todo si se sale de la zona de confort de manera tan drástica pero al final, la niebla se despeja, se aclara el paisaje y se pueden ver las nuevas guías del camino.

– Las decisiones tomadas con las vísceras nunca me han salido mal. Deja de pensar y vive, como casi siempre has hecho.

– Las cosas materiales son un montón de triques acumuladores de polvo. La sonrisa, mirada e ingenio de las personas que quiero son invaluables. Que me roben lo que sea, pero eso, jamás.

– El asalto me cambió las perspectivas. Caí en la cuenta de que el valor de mi vida no se basa en lo que soy, sino en quiénes ven por mí.

– Una ciudad no me define. Es la gente que vive en ella la que me moldea. Monterrey, Barcelona y ahora, Ciudad de México tienen a las personas exactas para mí. Y siempre me recibirán con un abrazo.

– La belleza de México es inigualable. Este año he podido visitar más de lo que había hecho en los 23 años que viví en él antes de mi época barcelonesa. Puedo gritarle a esta tierra lo desmadre que es, pero ella me da un toque de serenidad cuando me regala puestas de sol rosadas casi cada tarde.

– Soy vanidosa y presumida. Presumo de tener a los amigos que tengo aquí, allá y más allá. Y alimentan mi vanidad cuando me hacen sonreir y mi cara se ilumina.

– Los de siempre no tienen por qué seguir siendo como siempre. Tuvieron su lugar y tienen su historia. Tal vez algunos más reemplazables que otros y eso está bien, parte del proceso de renovación.

– Nunca empiezo desde cero. Viajo con mi casa a cuestas y estos 31 años de aprendizajes. Es fácil anclarse y volver a moverme.

Parecen ligerezas, pero todo lo anterior me ha hecho saberme más libre, loca y feliz. Más Marbella.

Gracias por acompañarme en este difícil año. Gracias por sostenerme, por los abrazos, los besos, los te quiero, los secretos, la confianza, las carcajadas, las locuras, las dosis de realidad, los bailes, las charlas, los cafés, las comidas, los paseos, las sorpresas, la compañía, la calidez:

Víctor, Jonatan, Katia, Dann, Gina, Lups, Elisa, Rosalba, Graciela, Pepe, Saydeé, Perla, Monled, Ana, Fabi, Moni, Mireya, Miguel, Henri, Anton, Oleg, Luciano. Sépanse parte de mí.